20100123

El tercer lunes de enero

El tercer lunes de enero, después de que enterráramos a los muertos por primera vez y pensáramos que para siempre, empezó a llover y ya no paró. Llovió suave en dirección suroeste, luego más fuerte, luego sólo hacia el sur, verticalmente sólo, y cada vez más fuerte, hasta que parecía que estaba a punto de parar, pero seguía. En ese tiempo, Louise aprendió a tocar el piano, practicó su francés, cosió su ropa interior, hizo fotografías del salón y del lavadero, leyó el periódico, cocinó bizcochos, arregló la cañería de la ducha, regó las plantas de interior, hizo ejercicio, abdominales y flexiones en la moqueta del pasillo, revisó las cartas del banco. Yo abrí la puerta 50 grados y me senté y me puse a fumar y a mirar.

Desde la puerta vi: la bicicleta de Louise con un paraguas para salvar el sillín, que la mesa del patio estaba torcida, un pájaro entrando en un matorral, la planta muerta en el escalón, por la calle pasó una chica con tacones, el reflejo de dos árboles, el musgo de la entrada, se encendió el farol del edificio de enfrente, alguien paseando sin paraguas por el campo de fútbol, un chico con muletas, dos chicos con capuchas, el ruido de una ambulancia o de la policía, mi bicicleta apuntando hacia la bicicleta de Louise, mi bicicleta en ángulo recto con la mesa torcida, puse un disco de jazz que habíamos oído muchas veces con la canción a foggy day, esperé a que pasara algo, no me pareció que hiciera falta que pasara nada.

Al cabo de varios días Louise y yo nos encontramos en el pasillo y nos quedamos mirándonos durante cuarenta y siete minutos.