Los fines de semana, mientras Louise sale a trabajar y los Muertos se van a hacer sus papeles, yo me quedo solo cuidando nuestro apartamento de Westwood. Es pequeño. Por la mañana lo arreglo y voy a comprar al supermercado, y compruebo que el jardín sigue en pie, y saludo a un par de vecinos con sus perros sus bicicletas sus bolsas de papel. A medio día espero a Louise en la esquina de Wilshire. Comemos en el restaurante japonés, por usar los cupones de descuento. Se está bien. Luego ella vuelve al trabajo y yo vuelvo a casa.
A veces no funciona la radio. Louise terminará a las 8, queda demasiada tarde. A las 3 salgo otra vez y cojo un autobús y me bajo en el puerto de Santa Monica y me pongo a respirar. Quince minutos, la costa vacía, el sol en noviembre. Camino desde la parada hasta el cruce, dese el cruce a través del puente hasta el muelle de madera. Pueden escribir tu nombre en un grano de sal y tallar tu cara en plastilina y dejarte saltar desde treinta pies de altura hasta una red. Y al final del muelle hay pescadores y turistas, y los pesacadores preparan anzuelos con gambas en la baranda, y los turistas esperan de dos en dos a que pase algo. Todos de cara al océano. El océano pesa tanto que cuesta quedarse de pie. Y el agua transpira como yo respiro y por eso aquí se van, se van y se diluyen las cosas problemáticas.
Las primeras veces miraba hacia el horizonte, toda esta agua y pensaba en allá, en donde está mi casa, hasta que me di cuenta de que estaba mirando en la dirección equivocada, que este océano no vuelve a casa sino que lleva mucho más lejos, a la todavía otra parte del mundo.
A las 4:25 enciendo un cigarro y subo las escaleras del Mar-y-Sol para estar más alto. Ya está todo preparado. El cielo se pone verde a la vez que rojo y el Sol se empieza a hundir con un perfil virtual sin que le cueste y se me manchan las retinas de negro. La gente en el último momento siempre parece a punto de aplaudir pero siempre acaba decidiendo darse la vuelta y dicen it is so beautiful, y yo contesto: yes it is, y se quedan sólo los pesacadores, y empieza a hacer más frío.
A las 7 llego otra vez a casa, a las 8 aparece Louise, cocino cualquier cosa, nos bebemos una o dos botellas de vino viejo. Los muertos se van a la cama, en media hora todo está recogido y silencioso, Louise está lista para salir. A las 10, en el Westwood Brewing Co., aprovecho que ella va al baño para besar a alguna chica guapa en el rincón más oscuro del bar.