20090428

(a j)

Tú tenías marcas en el brazo y yo te di, hace mucho tiempo, una pulsera de tela ancha, un brazalete. Soñaste conmigo, soñaste por ejemplo que no te dejaba que tocaras mis cosas ni que me tocaras a mi. Luego ya no supe nada, ni tenía por qué seguir preguntando. La nostalgia no es un pecado, pero lo parece. Yo me acuerdo de que te fui a buscar y me di cuenta de que estaba viva. Quiero decir que vivía, y me di cuenta porque sólo hice eso, durante una semana. Vivir y punto. Te fui a buscar en un autobús de siete horas, luego en otro, distinto, con los cristales ya no transparentes, durante otra media, y finalmente en una lancha ilegal que pilotaba un comisario. Estaba retirado, cobraba seis euros por el viaje. Si vas a visitar puedes llevar libros y puedes llevar planes, por si acaso, pero si vas a buscar no tienes más que una mochila pequeña y ahí empieza la simpleza y el riesgo. El riesgo era que no estuvieras y que siempre fuera a ser así. No estabas, habías tenido prisa, se había acabado el tiempo allí, el tiempo en todas partes. La nostalgia tiene, como entonces, más que ver con un sufrimiento secreto que con el recuerdo. El recuerdo es inevitable, la nostalgia yo la he pisoteado como a un bicho muy peligroso hasta que se ha encogido mi culpa, pero no ha dejado de reírse. Se le acabó la pila al mp3, tampoco había cobertura, tampoco hacía falta un calzado muy bueno para trepar por las rocas, por muy verticales que estuvieran. Amé en la playa, amé a lo bruto, con la luna, las sombras de la gente y la dificultad, y amé hasta el orgasmo, y creo que fue porque solamente estaba viva y no sentía ninguna otra cosa. Sería la única vez, posiblemente. La vida pura es la que no contiene riesgo en el riesgo de la muerte - en la enfermedad y la muerte-, y la que no contiene nostalgia (yo por eso allí, precisamente, no te echaba de menos). Pero fue la única vez, aquí cambia. Está la mente adornando y todo tiene un nombre y una norma, y es lógico. Allí no te echaba de menos porque como allí sólo llegábamos, y no importaba quién fuera yo, ni quien fueras tú, ni cuantas cosas estuvieran pasando en el mundo, mucho más al norte, yo no tenía nada por dentro. Nada de ese tipo, quiero decir, de lo de echar en falta, la moralidad, el orden social necesario. Nada de humanidad. Era precioso el cielo eléctrico de la higuera y el cielo del chamizo, y el semen totalmente blanco, totalmente opaco, sobre la piel de la barriga. Era casi insoportable que todo entrara sólo por mis ojos, todo para dos ojos, son pocos, son físicamente pequeños para contener el horizonte, no rodean. La hisla está entre la fiesta y la nada, en el más absoluto llegar, y por eso era sólo para mi y es sólo para mi el recuerdo, y de ahí no salió nostalgia alguna, ni siquiera con la culpa que sí que persigue al hombre a todas partes.

Te he echado de menos otras veces, innumerables veces, de maneras distintas, de maneras materiales, de maneras exteriores o de maneras mías. De ganas de abrazar. El ruido que hace tu risa y la voz de justo después puedo rememorarlo, te lo juro, soy capaz, puedo reproducírmelo en la mente y escucharlo toda la tarde entera. También te he echado de menos no a ti sino en la teoría, por qué tienen que ir las cosas una detrás de otra, por qué el orden, por qué no me acuerdo bien o me acuerdo sólo a través de una alarma insuperable. Quizás me lo invento, esa es la risotada y ese es el pecado. La nostalgia está incompleta. No me puedo perdonar porque no sé. Hubo algo mal pero no sé. Algo que no se iba a cerrar nunca. Cuando volví escuché mucha música, muchas canciones que hablaban de viajes y de búsquedas, hasta que se me borró lo suficiente, se me apaciguaron las otras tantas horas de vuelta, se me dejaron de dormir los brazos. Es mucho más cómodo. Y eso fue hace tanto y tan repetido. Yo no tengo la culpa de poderme tirar por el balcón, ni tengo la culpa de poderme drogar todas las noches, ni de poder salir a matar con el plan perfectamente hecho, y sin embargo tengo la nostalgia. Y si me muero y no te enteras porque estás lejos, no te das cuenta porque no te duele nada de repente, no te viene esa señal supersticiosa que te avise, y no lo lamentas. Y si te mueres tú y en el último momento te acuerdas sólo de lo que sufriste. Y si empieza a hacer tanto frío, tanto frío, mira, tanto frío que nadie me lo puede describir.