Voy parando la respiración. La fiebre, la hemorragia, ¿Louise? En el desierto era distinto. Yo avanzaba debajo del sol, dentro de un tren, detrás de una familia con sombreros de cowboy, y no daba nada a nadie. Me dibujó el brazo un tipo de Samoa para que no se me olvidara que estaba "aquí, haciendo esto". Era un regalo. Y luego me llevaron al este otra vez, hacia atrás - otra vez el principio de las cosas, y luego perdí a mi amor en un puerto, metí todas mis pertenencias en el piso de un barrio lleno de peluquerías.
Horas animales nos aguardan. Es otro tren, la sangre gotea discreta manga abajo, hacia la papelera, sujeto con el otro brazo todos los instrumentos y pide a la virgencita que sólo pierdas la mano, que sea sólo la mano. Nadie me mira la herida porque es desagradable la gangrena, en la cara llevo la muerte y tampoco me la miran. Resiste, resiste, decían el Chico y Louise, te dejaremos solo para que resistas.
Me duermo y me despierto, para no gritar me duermo, y entre medias noto frío y noto pena, cuanto más me despierto más frío hace y más pena. Esta habitación llena de bolsas, plástico, lana, cajas, alimentos, prensa escrita. Le dije: dibújame ahora dos líneas para que no se me olvide que esto aquí es todo el tiempo. Dibújame dos líneas para que en el hospital de brazos sepan por dónde cortar. Córtame el brazo a ver si paso la prueba de sangre, venga rétame, le dije. Otra vez, otra vez, rétame. Ábreme la ventana, sácame el cuerpo fuera a ver si resisto.
Ya nunca más me dejo poseer, contesta, para que no me abandonen, Louise. Ella los brazos los tenía limpios, y grita: ¡qué has hecho, qué has hecho! Y yo ya casi no la podía oir.