-tan los muertos? -c-? no est- ? d--q no ESTÁN --los muer--el jueves recibimos malas noticias. Han ido al cementerio a comprobar y no están, han metido sus testadores en la tierra y no había nada debajo. Los mariachis cantan preparándose para San Valentín, son las 6 de la tarde, despierto a Louise, vamos, ¿donde? A McArthur.
Los dos hombres están en una esquina de la plaza, son educados, relucen sus pieles negras en lo oscuro, en medio de los drogadictos y los pandilleros que nos dicen: Jesús te ama. Le compramos unos dulces a la señora gorda de enfrente del 99cents, llega la policía y le dice a la señora: go. Metimos nuestros testadores y no había nada, nos dicen, y les juramos que los enterramos allí, los enterramos hace un mes, a mi vuelta del viaje, se lo juramos, ¿y qué podemos hacer? Hay un loco contorsionado debajo de una farola que no llega a caerse. Hay que encontrarlos. Esto no se termina, me dice Louise ya en el autobús, no se termina.
A las cuatro de la mañana tenemos que encontrarnos con Jason y su mujer. Hasta entonces decidimos ir a ver a los chicos de Echo Park para despejarnos. Cenamos unos bocadillos en el laundrymatic, mirando como giran las lavadoras, y los bocadillos nos saben a jabón. Pasamos por la galería, los de las antigüedades han vendido todos los trajes, Louise gets disappointed porque ella quería uno. Luego en los indios nos invitan a mariguana y nos enteramos de que están los Junkies tocando a dos manzanas. Louise me dice: me quedan dos pastillas. Nos drogamos y vamos para allá. Los junkies son una familia, una familia entera en el escenario, y los sonidos nos penetran por los poros de la cara, y todo el amor se nos sube a la cabeza y salimos al patio a hablar. Hablamos like mad, como nunca en nuestra vida. Louise y yo. Se nos van sumando y separando parejas de gente, vodka en botellas de plástico, la gente mueve la cabeza, alante-abajo y atrás-arriba, escucha lo que dicen, tío, man, los junkies. Nos vamos para poder coger el autobús antes de las dos, Louise ha tenido una idea, vámonos a la Freak.
Hacia Hollywood a las dos en un autobús con cuatro hombres dormidos en exactamente la misma posición.
Nosotros seguimos hablando y hablando hasta toparnos con la iglesia. En la freak no hay apenas nadie pero por casualidad están Jason y su mujer, solos bailando en la pista, debajo de un foco azul, la mujer de Jason es gorda y bonita, se mueve despacio, con cariño, nos unimos, bailamos los cuatro, con el foco azul, un flaco pincha en alguna habitación de arriba. Louise conoce a un hombre hermoso y habla con él como estaba hablando conmigo, soltando todas las palabras al mismo tiempo. A las cuatro Jason dice vamos? Su coche tiene el maletero más grande que hemos visto en nuestra vida. En los asientos de atrás Louise y yo cabemos como niños secuestrados. Seguimos viajando un poco arriba y me da miedo de pronto no estar a la altura. Llegamos al garaje, subimos a su apartamento. Jason tiene un compañero insomne que nos mira desde el balcón y luego desde la mesa de la tele y desde la cocina. Desde distintos ángulos. Nos pregunta qué hacemos allí. Aquí está, dice Jason. Louise ha salido a fumar al balcón. Me doy cuenta de mi continua transición entre la edad adulta y la adolescencia, y viceversa y viceversa y viceversa: es la primera vez que sostengo una pistola.
Es un revólver, no está cargado, me dice, pesa - pero es mejor que pese, ¿ves? así cuando disparas no tira para atrás. Si alguien entra en tu casa, dicen, hay que darle un aviso después del aviso tiras a matar. Hay que disparar a la cabeza y matarlo y luego llamar a la policía. ¿Alguna vez has matado a alguien Jason? Geez no! Mientras me explican disparo ficticiamente a la cara gorda de un anuncio de donuts, a través de la ventana. Luego lentamente giro la muñeca y apunto a la cabeza del chico insomne. Me miran. Se quedan en silencio, nos quedamos en silencio. Jason pone una mano en el cañon: nunca, oyes, sólo se apunta para tirar a matar. Estamos solos en el salón de una casa de Culver City. Louise vuelve del balcón y pregunta si podemos quedarnos a dormir en el sofá.
Por la mañana seguimos sintiéndonos bien. Desayunamos pancakes con huevos y café de vainilla y lueno nos dejan en Venice bvd. Verano de febrero. La playa es una ventana al paraiso, una cometa en forma de gaviota, familias de amantes, niños que hacen volteretas sucesivamente a lo largo de toda la costa, las botas vaqueras en la arena, la montaña azul y el cielo azul. Nos acercamos a ver qué tal los de los tambores, y bailamos un poco. No sabemos bien qué tenemos que hacer. Perdimos a los muertos, tenemos un revólver. No queremos pensar. Se pone el sol y le pregunto a Louise si quiere que nos pasemos por China Town a buscar a El Chico. El Chico no está, pero en la discoteca del chino-chicano las luces parecen las de una nave espacial o una galaxia. Hace rato que hemos dejado de hablar. Nos sentimos perdidos, repletos, cansados y en paz, y cogemos el último tren treinta segundos antes de que salga. Corremos por el andén como posesos y un hombre enrojecido nos dice cuando nos sentamos -partiéndonos de risa- you were lucky. La suerte de los perros: callejones. Por la mañana seguimos sintiéndonos bien.