A veces es bueno no conocer el nombre. No saber nada, ir con la venda hasta el momento justo en que empieza la función. Lo pienso así porque de esta manera, sin llevar una idea preconcebida del talento y la fama de los artistas, uno tiene menos trabas a la hora de darse cuenta, procesar y por último expresar que no fueron gran cosa. Menos remilgos. ç
La cosa fue así, resumidamente:
El 2008 poetas por km2 empezó el sábado con la actuación de una chica muy normal, acompañada de un percusionista que más bien ambientaba que acompañaba unos textos que no, no eran cosa de otro mundo, ni de la otra cara de este. Amor y etcétera. Luego entró el temible Noel Tatú. Y no nos gustó nada, pero nada de nada. Hay que tener cuidado a la hora de montar en el escenario actitudes como la agresividad, la ira, y el ridículo, porque son sentimientos que tiran mucho para abajo del público. Y hay que ser muy bueno para cargar con eso. Y muy bueno no quiere decir hacer denuncia ¿social? cayendo en imágenes manidas y tontorronas como la del cristo-payaso, los miedosos-gallinas, las calaveras, los circos, etc. Que no hace falta gritar tanto para decir tan poco, quiero decir.
Luego descanso, y después, menos mal, dos cosas con emoción. La cocina mágica de David Ymbernon, que sacó lechugas de huevos y almendras de mejillones, e hizo que nos diera hambre la papelera. Un espectáculo de metáforas desenfadadas, repetitivo (un poco), pero ahí estábamos todos, con la boca abierta como niños de domingo en el Retiro.
Josep Pedrals ya me gustó una vez, y me volvió a gustar a la segunda. Estaba esperando, en realidad, que bailara, como cuando el Yuxtaposiciones. Ver a alguien bailar me pone de buen humor. Y en fin, no lo hizo, pero es que mientras Pedrals actúa, en el escenario hay control, chulería, y un gran amor por el sonido, y eso se pega. Entran muchas ganas de aprender catalán para hacerlo sonar así. Y de jugar con esa pedalera morada de la que salían los otros yoes del poeta.
Nos quedamos a ver al último, más animados por la remontada de la cosa, y el último no era otro que Enric Casasses. El truco de este señor es que viaja con grupis. La mitad del recital fueron sus téxtos y sus búsquedas de textos en la cartera y su silencio frágil mientras se limpiaba sin parar la boca con la mano; la otra mitad la pusieron los oes y aes, y muybueno, y esetradúceloqueesprecioso, de una parte de público que había sido diseñada para jalear. Estaba bien lo de Casasses, había textos preciosos, su imagen de flaco en el escenario era brutal, el pelo gris largo y la chistera y poco más que huesos en la cara. Pero muchas veces pareció que sólo pasaba por ahí, que improvisaba sin darse mucha cuenta.
Con todo esto se me volvieron a confirmar varias convicciones. Sobre todo la de que los poetas, los poetas que actúan, como cualquier otro artista que se expone al público (cantante, actor, ponente), se tienen que aprender sus textos. De verdad. Lo del papel no vale, a no ser que se haya convertido en marca de la casa, como los A3 de Peru. Y hay que mirar al público, es decir, nos tenéis que mirar, nos teneis que decir algo.
También me habría gustado entender más (salvo Cucurella y Casasses, nadie nos tradujo los poemas). El catalán es un idioma precioso, pero en poesía uno quiere saber qué dicen las palabras además de cómo suenan. Se me ocurría la solución de los sobretítulos, como en la ópera. Quizás hubiera sido difícil, por la velocidad de los poemas, o la espontaneidad, o qué se yo, pero habría valido el sacrificio.
En definitiva, creo que la "Pasión Fría", que era el título que este año llevaba el festival, se cumplió a rajatabla. El Off Limits se volvió algo hostil para la ocasión, no acompañaban las luces, la dispersión de los espacios. La sensación, al final, fue la de haber echado la tarde en compañía de buenos amigos, relajadamente, pero sin que calara nada hasta el fondo. A lo mejor estábamos esperando lo del año pasado, ese despliegue de imágenes, sonidos, palabras, poetas fornidos como piedras y papeles que no interrumpían. Seguramente. Y esto me hace recordar que todo lo dicho no quita, en absoluto, mi más efusivo agradecimiento a Pepe Olona por las horas, el esfuerzo, y muchas veces la pasta que requiere organizar un evento así. Son cosas que no se ven mucho por Madrid, y que hacen falta.
Sé que más tarde la cosa siguió y se animó en La escalera de jacob con Tutti Frutti y alguien más, pero a eso no llegué porque ya estaba necesitando mucho una dosis de rock, y estaban los Moonstones salvando la noche en el Juglar. Me gusta que me hagan sudar, qué le voy a hacer. A lo mejor es por eso, ahora que lo pienso, que se me obstruyen los poros por los que entra la poesía, y me quedo atascada y no la entiendo.